* We kindly ask you not to step on the painting with high heels (o Esos vecinos con felpudos).
Un felpudo es un asunto de lo más ordinario, y vamos a usar el adjetivo en el sentido del término que le da el escritor Georges Perec, que se interesa por los puzzles, porque hablar de los felpudos es… demasiado ordinario. Es infraordinario. El felpudo funciona como un espacio en sí. O mejor, como un interespacio.
De nuevo Perec: “Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿Cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?”
Los felpudos son especies de espacios -volvemos Perec de nuevo con esta cita, el pobre, tan sobado como el propio felpudo-. Nadie colecciona felpudos –puzzles sí-; nadie se interesa por los felpudos, salvo por el de la puerta de su casa. Y ni siquiera a ese felpudo propio se le presta mucha atención. Javier Rodríguez Lozano sí que ha desarrollado un extenso interés por los felpudos. Porque los felpudos dicen mucho de las personas. Son la marca de identidad de sus dueños, la primera imagen que puedan dar de sus hogares. Lo infraordinario, ese extraordinario libro de Georges Perec, versa sobre “la observación minuciosa y asombrada de lo cotidiano, y del cuestionamiento de aquello que no suele cuestionarse”. Y esto es lo que interesa a JRL y desarrolla en esta exposición.
Estos felpudos transmiten un rumor de bienvenida. “Písame, límpiate en mí”, parecen decirnos, acogiendo nuestros pies temerosos en la puerta de la casa donde llamamos. Pero tras un felpudo, hay mucho oculto: debajo, porque sirve para esconder cosas (llaves, una nota secreta, etc.); detrás, porque al otro lado de la puerta que cobija el felpudo como un perro en guardia, hay toda una existencia privada. Oculta. Por la contra, JRL no tiene nada que ocultar, dado que la serie de trabajo relacionada con este tema que nos ocupa de los felpudos, se llama Lope de Rueda, 31, que es exactamente su domicilio en Madrid.
JRL ha realizado un viaje vertical por la escalera de su bloque, escaneando todos los felpudos existentes en las puertas de las casas de sus vecinos para luego copiarlos en lienzo, tomándose -menos mal- algunas libertades en la reproducción de algunos de ellos. También percibimos que JRL destroza las escalas, haciendo unas pinturas minifelpudos y otras de tamaño gigante, nunca respetando el tamaño original. JRL los pinta primorosamente, cuidando en extremo la aplicación de la pintura, con unos fondos degradados de máxima profesionalidad. Estos felpudos -me encanta la palabra, ya tan sobada en este texto- donde ya nadie se limpia el barro porque en la ciudad no existe, adquieren en la obra de JRL una dimensión pictórica, semidoblados contra la pared, colgados de la misma a modo de pintura formal, como cuadros absolutamente ordinarios. Y es así como un objeto de producción industrial se convierte en objetivo de una exposición de pintura para JRL, que desarrolla ese cariño atávico por un elemento considerado por muchos como imprescindible en la entrada del hogar: el felpudo.
Los felpudos no son para hipersensibles. Son objetos en extremo inquietantes. El felpudo como objeto evidente y a la vez como una distracción absoluta, que igual arroja información sobre su dueño que la oculta totalmente. Damos por hecho que los propietarios se identifican con sus felpudos. Esa pequeña extensión de su dueño en la escalera, lugar del que ya no es propietario, donde queda expuesto a la intemperie, a la pisada gentil o maligna, limpia o sucia,
testigo del rellano y lo que sucede en estos lugares, tan de novela negra…
JRL está atento y vigilante a todo lo mundano y cotidiano que nos rodea, debajo de estos felpudos que nos muestra en la galería. JRL está trabajando en la vanguardia de la investigación entre lo doméstico y lo callejero, o por precisarlo mejor, en el punto intermedio exacto entre ambas escenas, que es justamente el lugar que ocupa el felpudo. JRL se dedica a, como dice la poeta argentina Tamara Kamenszain, “espiar en las costuras para ver las construcciones por su reverso”.
* JRL no tiene felpudo en la puerta de su casa. Está buscando uno que le guste. Por cierto, ninguno de los inquilinos de su bloque sabe de este proyecto.
Un felpudo es un asunto de lo más ordinario, y vamos a usar el adjetivo en el sentido del término que le da el escritor Georges Perec, que se interesa por los puzzles, porque hablar de los felpudos es… demasiado ordinario. Es infraordinario. El felpudo funciona como un espacio en sí. O mejor, como un interespacio.
De nuevo Perec: “Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿Cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?”
Los felpudos son especies de espacios -volvemos Perec de nuevo con esta cita, el pobre, tan sobado como el propio felpudo-. Nadie colecciona felpudos –puzzles sí-; nadie se interesa por los felpudos, salvo por el de la puerta de su casa. Y ni siquiera a ese felpudo propio se le presta mucha atención. Javier Rodríguez Lozano sí que ha desarrollado un extenso interés por los felpudos. Porque los felpudos dicen mucho de las personas. Son la marca de identidad de sus dueños, la primera imagen que puedan dar de sus hogares. Lo infraordinario, ese extraordinario libro de Georges Perec, versa sobre “la observación minuciosa y asombrada de lo cotidiano, y del cuestionamiento de aquello que no suele cuestionarse”. Y esto es lo que interesa a JRL y desarrolla en esta exposición.
Estos felpudos transmiten un rumor de bienvenida. “Písame, límpiate en mí”, parecen decirnos, acogiendo nuestros pies temerosos en la puerta de la casa donde llamamos. Pero tras un felpudo, hay mucho oculto: debajo, porque sirve para esconder cosas (llaves, una nota secreta, etc.); detrás, porque al otro lado de la puerta que cobija el felpudo como un perro en guardia, hay toda una existencia privada. Oculta. Por la contra, JRL no tiene nada que ocultar, dado que la serie de trabajo relacionada con este tema que nos ocupa de los felpudos, se llama Lope de Rueda, 31, que es exactamente su domicilio en Madrid.
JRL ha realizado un viaje vertical por la escalera de su bloque, escaneando todos los felpudos existentes en las puertas de las casas de sus vecinos para luego copiarlos en lienzo, tomándose -menos mal- algunas libertades en la reproducción de algunos de ellos. También percibimos que JRL destroza las escalas, haciendo unas pinturas minifelpudos y otras de tamaño gigante, nunca respetando el tamaño original. JRL los pinta primorosamente, cuidando en extremo la aplicación de la pintura, con unos fondos degradados de máxima profesionalidad. Estos felpudos -me encanta la palabra, ya tan sobada en este texto- donde ya nadie se limpia el barro porque en la ciudad no existe, adquieren en la obra de JRL una dimensión pictórica, semidoblados contra la pared, colgados de la misma a modo de pintura formal, como cuadros absolutamente ordinarios. Y es así como un objeto de producción industrial se convierte en objetivo de una exposición de pintura para JRL, que desarrolla ese cariño atávico por un elemento considerado por muchos como imprescindible en la entrada del hogar: el felpudo.
Los felpudos no son para hipersensibles. Son objetos en extremo inquietantes. El felpudo como objeto evidente y a la vez como una distracción absoluta, que igual arroja información sobre su dueño que la oculta totalmente. Damos por hecho que los propietarios se identifican con sus felpudos. Esa pequeña extensión de su dueño en la escalera, lugar del que ya no es propietario, donde queda expuesto a la intemperie, a la pisada gentil o maligna, limpia o sucia,
testigo del rellano y lo que sucede en estos lugares, tan de novela negra…
JRL está atento y vigilante a todo lo mundano y cotidiano que nos rodea, debajo de estos felpudos que nos muestra en la galería. JRL está trabajando en la vanguardia de la investigación entre lo doméstico y lo callejero, o por precisarlo mejor, en el punto intermedio exacto entre ambas escenas, que es justamente el lugar que ocupa el felpudo. JRL se dedica a, como dice la poeta argentina Tamara Kamenszain, “espiar en las costuras para ver las construcciones por su reverso”.
* JRL no tiene felpudo en la puerta de su casa. Está buscando uno que le guste. Por cierto, ninguno de los inquilinos de su bloque sabe de este proyecto.
Texto escrito por Virginia Torrente
(eng_esp) "Lope de Rueda, 31" - Javier R. Lozano |